El Granca echó abajo la maldición. Por algo comparecía como cabeza de serie. A la octava, ganó su primer partido copero. Y Pedro Martínez se sintió aliviado. A él le costó menos, eso sí. En su séptima comparecencia, por fin levantó los brazos al verse en semifinales. El Valencia le separa del sueño de la final. Katsikaris, ayer tan plano como su equipo, sigue sin estrenarse.

El Granca propuso un ritmo vivo y marcó sus referencias: Rey por dentro y buenas circulaciones, con cuatro jugadores abiertos para que el balón llegara a un exterior en inmejorable posición, aprovechando la flojedad defensiva en el perímetro de los bilbaínos. Katsikaris utilizó la baza de Mumbrú al poste de forma machacona. Y se dejó guiar también por el tiro de Kostas, aunque muchas ejecuciones no contaban con buen posicionamiento al rebote. Luego Hamilton convirtió todo lo que le caía en la mano para un espejismo. Hervelle tenía que dar ayudas largas y el balón grancanario giraba rápidamente hacia su par, un Nelson que es un puñal desde la periferia de la canasta.

El amanecer del segundo tiempo fue un calco del primer cuarto: Rey siendo el ídem en la pintura y un juego trepidante que hizo olvidar el bostezo del Valencia-Estu. El pívot barcelonés está llamando a la puerta de Orenga, que ayer le vio en directo. El último sorbo dibujó un alma en pena vestida de negro y a un emperador. La Copa de Rey. La fiesta amarilla (ayer de risas con el frío frío) invadió Vitoria. Katsikaris desgastó mucho a su núcleo duro. Otro sonoro fracaso y el martes se juegan la vida en Europa.