Los Cavaliers sorprendieron cuando le dieron el número 1 del draft de 2013 a Anthony Bennett, ala-pívot canadiense de la Universidad de Nevada que, con alguna lesión que no ayudó precisamente, dio la razón a los que más le cuestionaron con una nefasta temporada rookie: 4,2 puntos, 3 rebotes y 0,3 asistencias por partido. Con un 35% en tiros de campo y un 24% en triples. Lejos de su mejor forma física y obligado a jugar muchos minutos de alero o de ala-pívot demasiado abierto, Bennett fue un chasco tremendo dentro de una generación rookie no especialmente brillante.

Incluido el pasado verano junto a Wiggins en el traspaso que llevó a Kevin Love a Cleveland, intenta reiniciar su carrera NBA en Minnesota pero por ahora sus números no han mejorado demasiado después a pesar de que en pretemporada sí se mostró en mejor forma y mucho más efectivo en pista. Al menos y como ha reconocido ahora, utilizó el verano no sólo para perder sino para ir más allá en su adecuación física. Pasó dos veces por el quirófano. Primero se operó de anginas y vegetaciones en busca de un mejor descanso en sus horas de sueño. Después se operó la vista porque, como él mismo cuenta, tenía serios problemas de visión que le afectaban en su juego.

“Si había una pared con una pintada a tres metros, yo no la veía. No veía nada que estuviera un poco lejos. No veía a la gente en las gradas”, asegura ese Bennett que firmó un 24% en triples y que ahora ha dejado atrás su problema: “Ahora puedo ver el marcador y puedo ver las jugadas que va marcando el entrenador”.