ENTREVISTA A ANTONIO MARTÍN

"Fernando Martín fue un jugador grandioso y ahí están sus logros"

Este martes 3 de diciembre se cumplen 30 años de la muerte de Fernando Martín, el primer español en jugar en la NBA. Repasamos su carrera con la ayuda de su hermano Antonio.

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Antonio Martín
Jesús Álvarez Orihuela DIARIO AS

—¿Cuál hubiera sido la reacción de su hermano Fernando Martín si hace más de 30 años le hubieran dicho que varios jugadores españoles llegarían un día a estar entre los mejores de la NBA?

 —De repente, así, no se lo hubiera podido ni imaginar. Pero vista la evolución que ha tenido el baloncesto en este país imagino que lo entendería mejor. Cuando él llegó a la NBA era difícil pensar que fuera a ir mucha más gente. Luego, ya antes de que se marchara Pau Gasol, se percibía que el baloncesto español iba cada vez mejor.

—Hace tres décadas, ¿qué había que tener para afrontar la aventura NBA?

—Además de calidad, bastante fortaleza mental. El primero en afrontar un reto siempre tiene la dificultad de abrir el camino, pero si le preguntan a Pau Gasol cómo fue su primer año en Memphis, seguro que no lo recuerda como un camino de rosas. En los ochenta, la NBA era distinta, ni mejor ni peor. Y había que echarle un par para pensar en afrontar la aventura. Primero, tener la calidad y luego, aceptar dejar muchas cosas para cumplir esa meta.

—De haber nacido 20 años más tarde, ¿hasta dónde hubiera llegado Fernando Martín en la NBA?

—Creo que ya en el siglo pasado con otras circunstancias la NBA le hubiera deparado cosas mejores. Así que en este siglo pienso que también podía haberle ido mejor. Fernando tenía el potencial para haber sido un jugador NBA consistente, con una carrera de más de una temporada. Pero su carácter, su forma de entender la vida, de querer competir siempre, le hizo tomar la decisión de volver a España, en la que no sólo influyeron cuestiones deportivas.

—¿Qué le llevó entonces a abandonar la NBA?

—Varias circunstancias entre las que había temas personales.

—¿Es cierto que en aquella temporada en Portland (1986-87) su salario era de 150.00 dólares?

—Sí, creo que unos 145.000. Es evidente que no se fue a la NBA por dinero.

—A su vuelta el Madrid equiparó su salario con el de algunos futbolistas. Era la época de la ‘Quinta del Buitre’.

—Sí, la diferencia entre su contrato NBA y el que le ofreció el Madrid era muy elevada y su regreso coincidió también con el ‘boom’ del baloncesto en España.

—Era cuatro años menor que su hermano Fernando, ¿cómo recuerda sus inicios en el deporte? Natación, tenis de mesa, balonmano…

—Fernando estaba predispuesto para practicar, no sé si casi todos, pero sí muchos deportes. Y en cada uno de los que competía, destacaba. El deporte, además, le ayudaba a su personalidad y le hizo mucho bien. Le recuerdo jugando al balonmano en el colegio (San José del Parque) y sobresaliendo. Antes lo había hecho en natación y después, también en el cole, se puso a jugar al ping-pong y fue campeón de España escolar. Por último se metió en el baloncesto. Tenía una facilidad tremenda para competir.

—¿También fue campeón de natación?

—Sí, campeón de Castilla. Nadaba a braza, al mismo estilo que yo en el Club Natación Jiménez. Fue el primer deporte en el que Fernando siendo muy pequeño aprendió la disciplina y el sacrificio. Un deporte duro, con un sistema de entrenamientos en soledad y durante muchas horas. Tenía diez u once años y entendió lo que era el sacrifico, el trabajo y los resultados.

—En su colegio, en el San José del Parque, jugaba inicialmente al balonmano, ¿cómo le descubrieron para el baloncesto?

—El deporte estrella en el cole era el balonmano, tenían un equipazo. Pero el entrenador de baloncesto, Mariano Bartivas, se fijaba en él cuando coincidían. Mis hermanos mayores, Ricardo y Pedro, jugaban al baloncesto, y en una de esas Bartivas le dijo que probara. Al técnico de balonmano, que era el profesor de gimnasia, aquello no le gustó demasiado. Desde aquel momento creo que se decidió por el baloncesto.

—Y de ahí al Estudiantes de manera casi inmediata.

—Sí, apenas unos meses. Mariano Bartivas, además de entrenar en el colegio, dirigía al infantil A del Estu. En meses se puso a las órdenes de Pablo Casado que era el técnico del juvenil. Su ascenso resultó meteórico y llegó al primer equipo del Estudiantes con 17 años (1979) y al Real Madrid con 19 (1981). Aquello resultó muy divertido, lo disfrutamos todos los que estábamos cerca de él. Pasamos de ir a los partidos del Estu a, de repente, ver a Fernando allí. En el primer año, una experiencia muy difícil, no desentonó; pero en el segundo su evolución resultó brutal. El segundo año es el de Vicente Gil, Juan Carlos López Rodríguez, Alfonso Del Corral, Slab Jones y él. Terminaron subcampeones de Liga y en la primavera-verano de 1981 fichó por el Real Madrid y debutó con la Selección, en el Eurobasket de Checoslovaquia.

—¿Intentaba usted ya por entonces seguir sus pasos en el baloncesto?

—Sí, claro. Es normal que si ves jugar a tu hermano de aquella manera elijas el mismo deporte. En mi caso nunca practiqué el balonmano, estaba más metido en el taekwondo y en otras cosas.

—Antes de que Fernando Martín desembarcara en el Madrid, ¿había tenido un acuerdo cerrado con el Joventut?

—Quien mejor lo contaba era Manel Comas, pero por desgracia ya no está. Pero no, el acuerdo no estaba del todo hecho. Habían venido a verle, también a mi casa a hablar con mi padre, pero no había nada cerrado. Al final, hubo una negociación entre todas las partes para que fuera al Madrid (según la información de la época, el club blanco pagó diez millones de pesetas, unos 60.000 euros, al Estudiantes).

—¿Ustedes eran del Madrid desde pequeños o del Atleti?

—El más madridista era mi padre. Yo no puedo olvidar que me crié en el Estu y luego jugué en el Madrid. Y los dos clubes me han marcado y estoy muy orgulloso de ambos, aunque sé que eso no le gusta ni a la Demencia ni a los Berserkers.

—Nada más llegar al Madrid, su hermano anotó 50 puntos en el Mundialito de clubes en Brasil.

—Una salvajada. Una manera de decir aquí estoy yo en un grupo plagado de estrellas, de jugadores consolidados, con mucha personalidad. Era un jovencito de 19 años y esa manera de afrontar el primer partido en el que Lolo Sainz le daba muchos minutos caló en el grupo. Su presencia, además, aportó una bocanada de aire fresco muy importante para el Madrid: garra competitiva. Y para él supuso un curso acelerado, un máster a toda velocidad rodeado de gente como Corbalán, Delibasic, Iturriaga, Rullán… Sólo a su lado aprendías de todo, aprendías a entender este deporte.

—¿Y cómo entendía Fernando Martín el baloncesto?

—Pues como entendía cualquier otra actividad deportiva: está muy bien participar, pero aquí lo que mola es ganar y Fernando era así, un ganador. Cuando me piden que lo describa como jugador siempre digo lo mismo: he estado con grandísimo jugadores y siempre los identificas, son los que te ayudan a ganar campeonatos. Y Fernando era de esos. En las derrotas, aquel Madrid se parecía a él porque las digerían de manera conjunta. No se iba cada uno a su habitación y se lo comía sólo, sino que se hablaban las cosas para rehacerse rápido del golpe. Me gustaba eso. Íbamos a Moscú, se perdía y esa misma noche se trataban de arreglar los problemas, se juntaban seis o siete jugadores en una habitación. Eso era importante.

—Ligas, playoffs, Copas, Recopas, medallas con la Selección… pero quizá le quedó la espina de la Copa de Europa. El ogro imbatible fue la Cibona de Drazen Petrovic.

—Igual que el Barcelona se encontró años después con un pedazo de equipo como la Jugoplastika, el Madrid chocó con la Cibona, un rival con una gran capacidad competitiva. Esa Copa de Europa, por poner un pero, es la que algunos jugadores siempre echarán en falta.

—¿Qué recuerdos tiene de aquellos duelos de su hermano con la Cibona?

—Eran duelos muy duros. Intentabas competir como siempre, pero su talento era tremendo: Drazen, su hermano, Cutura, Knego…

—Derrotas difíciles también de digerir con Drazen Petrovic gesticulando.

—Era otro baloncesto y se permitían más cosas. Prefiero recordar a Drazen por lo extraordinario jugador que era y no por esos detalles difíciles de asumir cuando compites cara a cara, cinco contra cinco. Pero pasaban y no era agradable, terminabas ‘jodido’.

—¿Cuál fue la relación entre ambos cuando coincidieron en el Madrid (1988-89)?

—Recuerdo una situación complicada con dos jugadores de mucho peso. La aportación de Drazen era extraordinaria, pero al final, por resumirlo de algún modo, tenían distintas formas de entender cómo llevar al equipo a la victoria. En eso chocaron, es una realidad y no tiene sentido ocultarla. Había diferencias, Drazen tenía muy claros sus objetivos, pero no estaban todo el día discutiendo. El trato entre ambos no era malo.

—En 1985 los Nets lo eligen en el draft, pero decide aplazar un año su marcha a la NBA.

—Había una norma que decía que un jugador que había jugado en la NBA no podía competir en los campeonatos FIBA y al año siguiente se celebraba el Mundial en España. Aquella regla, que ahora vemos ridícula, impidió que jugara junto a mi hermano en unos Juegos Olímpicos, en los de Seúl 1988. La norma y también que percibiera que los Nets no eran el sitio idóneo para ir en aquel momento le paró momentáneamente. Al año siguiente, junto a su agente, Miguel Ángel Paniagua, decide marcharse a Portland porque lo ve más claro.

—¿Cree que la NBA aún no era lo bastante receptiva a los jugadores europeos?

—Creo que les cogió a todos a contrapié. Mike Schuler era un entrenador novato en la NBA, tenía cierta inseguridad y eso hacía que tirase más de determinados jugadores. Pero fue lo que fue y no quiero tampoco darle más vueltas. Sinceramente pienso que tenía el potencial y también las aptitudes ya en aquel momento para haberse consolidado como jugador NBA.

—En los ochenta Fernando Martín era un fenómeno social, ¿cómo vivió su relación con los medios de comunicación?

—No había internet ni redes sociales. El escenario era distinto. Fernando contaba con muchos amigos dentro del mundo de la prensa, aunque también era más fácil tenerlos entonces. Eso sí, era tremendamente celoso de su vida personal, le molestaba que se hablara de asuntos que no eran deporte. Luego, además, cuando alguien desaparece se agrandan las cosas, pero no creo que fuera arisco como he escuchado. Para muchos jóvenes, que me lo han transmitido, representaba que los españoles podíamos afrontar los mayores retos deportivos. Eso le marcó y quizá también trascendió un poco al baloncesto.

—¿Cómo recuerda su vuelta a España en 1987? ¿Estaba frustrado?

—Le hubiera gustado que la aventura americana se hubiera desarrollado de otra manera, pero a la vez estaba satisfecho de haber alcanzado el sueño de enfrentarse a los mejores, a Julius Erving, Larry Bird y compañía. Dicho eso, es cierto que le aguarda una temporada y media difícil, que después de volver pasa un momento complicado en su juego. La desgracia es que cuando más motivado estaba —y lo viví en primera persona—, cuando quería volver a competir a lo bestia, volver a sonreír en la pista, porque le costó readaptarse al baloncesto europeo, pasó lo que pasó. Las lesiones en la espalda y el tendón de Aquiles tampoco le ayudaron antes.

—¿Por qué estaba más motivado en aquella temporada 89-90?

—No me imaginaba a Fernando en las pistas hasta los 33 o 34 años, aunque tampoco recuerdo haber tenido con él esa conversación (Antonio Martín se retiró en 1995 con sólo 29 años). Creo que quería vivir dos o tres años más compitiendo al máximo, quería ganar títulos y despedirse con un buen sabor de boca.

—¿Le motivó la marcha de Petrovic, que él se quedara como claro referente, y la llegada del innovador George Karl?

—Estaba muy cómodo con George Karl. Con él nos sentimos muy felices de jugar al baloncesto, pero no estaba pendiente de quién se iba o de quién venía.

—Todos los exjugadores hablan muy bien de George Karl, pero pasó por el Madrid como un incomprendido. La afición, la prensa y los resultados no le acompañaron.

—Ni fue el primero al que le pasó eso ni será el último.

—De aquella etapa son también sus duelos con Audie Norris, que para muchos representan toda una vida de rivalidad aunque apenas coincidieron dos temporadas.

—Cuando algo es un espectáculo tan grandioso la gente lo recuerda, aunque durara poco. Está en la retina de los aficionados. Un baloncesto difícil de encontrar en aquel momento y que ahora sería imposible por la actual normativa. Esos duelos uno contra el otro debajo de la canasta son irrepetibles.

—¿Se llevaba de verdad bien con Norris? Parece difícil tener amistad con un adversario con el que te pegas de semejante manera por ganar la posición en la zona.

—Había mucho respeto y también, sí, cierta amistad, porque se parecían bastante en muchas cosas. Por eso se creaba ese ambiente mágico en sus duelos. Eran dos ganadores, dos tíos que luchaban a muerte, que se respetaban profundamente como jugadores y… sinceramente, y es lo único que voy a decir de después del accidente de Fernando, la presencia de Norris en el Pabellón cuando el cuerpo de mi hermano estaba allí y su reacción demuestran lo que es como persona.

—¿Se imagina que Norris hubiera fichado por el Madrid?

—Estuvo muy cerca. Hubieran formado una pareja impresionante.

—Después del accidente, de todos los momentos emotivos que vivió su familia, ¿recuerda algo en especial?

—Sí, cómo se volcó la gente. No se me olvidará en la vida. Desde por la mañana de ese día en La Almudena (el cementerio) hasta el siguiente partido. El cariño que le profesaban y también el cariño y el respeto a mis padres y a mí, a mi familia. Nos dieron el máximo calor en una situación muy difícil, pero no sólo para nosotros, sino también para muchos aficionados que no llegaban a creerse lo ocurrido. Y eso hizo que todos en la familia lleváramos, dentro de lo que cabe, mucho mejor lo que pasó. No se nos olvidará nunca la respuesta de la gente, nunca.

—Más tarde tuvo la suerte de coincidir con Sabonis en el Madrid, con el que Fernando Martín mantuvo también duelos formidables.

—No hablábamos de sus duelos. ‘Sabas’ es otra persona muy especial. Estuve con él tres temporadas y siempre intentaba ayudarte. Es de los jugadores que más patente me ha dejado lo que decía antes, lo de ayudar a que el equipo gane, y él lo consiguió. Su generosidad era tremenda, a su lado sentías mucho ‘calorcito’, aunque tenga esa pinta de tío serio, incluso de arisco.

—¿Cree que Sabonis se parecía a su hermano?

—Sí, me recordaba a él por el carácter. Ambos hacían las cosas más fáciles al equipo, para mí eso es ser un líder, alguien que con su actitud tira del resto.

—¿Cómo marcó la carrera de Antonio Martín ser el hermano pequeño de Fernando, con lo que eso acarreaba, comparaciones incluidas? Algo que quizá también sufrió su hijo, Jan Martín. ¿Cómo lo vivió usted y cómo cree que lo hizo Jan?

—Sólo hablaré por mí. A veces tienes dudas, piensas que tú también eres bueno, pero es que Fernando fue primero un jugador, después un competidor y luego un ganador, esa era una frase de George Karl. La comparación no era posible ni conmigo ni con ningún otro jugador porque Fernando era muy especial. Personalmente, sentía una mezcla de admiración y de suerte por haber podido jugar con él, aunque fuera poco tiempo, menos del que hubiera deseado. Fernando fue un jugador grandioso y ahí están sus números y sus logros.