KINGS 108-LAKERS 101

El naufragio de Kobe Bryant

DeMarcus Cousins gobierna un partido que los Lakers regalan en una de las peores actuaciones de Kobe: 8/30 en tiros, 9 pérdidas... "mi cuerpo no da para más", asegura.

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A Kobe Bryant se le agradece que haya decidido seguir tocando mientras el Titanic se hunde aunque se le discute cuánta parte de culpa tiene en haber llevado el lujoso transatlántico que fueron los Lakers (en parte esencial gracia a él en el nuevo milenio) contra el iceberg: sus más de 48 millones por dos años cuando acaba de cumplir 36 y lleva 19 en la NBA. Ese carácter que le ha servido para ganar cinco anillos y seguir las huellas de Michael Jordan en una persecución eterna pero que también espanta a otras posibles estrellas, que hasta hace un suspiro se pegaban por jugar en L.A., aterra a sus propios compañeros y compromete a su entrenador. Kobe Bryant es uno de los mejores jugadores de la historia, también uno de los más polarizadores. Y quizá en esta temporada está perdiendo definitivamente el timón cuando debería estar poniendo el broche de oro a su legado. Ha superado a Michael Jordan y está en unos números que nadie soñó en su decimonovena temporada (24,6 puntos por partido, diez más de lo que promedió Kareem a las puertas de los veinte años como profesional), pero en noches como esta de Sacramento da carnaza a sus críticos y disgustos a sus seguidores.

Los Lakers, en esta versión, parecen un equipo secuestrado por la grandeza de su estrella, cegados por el último rayo de un sol deslumbrante pero enfilado hacia la extinción. Hay algo de ellos, en esta versión, de secta que ha dejado atrás todas las preguntas preguntas y sólo sigue a un líder que, una y mil veces en esta versión, parece un mesías desnortado que se sigue creyendo las historias que él mismo susurra en propio oído. Por eso después del partido Jeremy Lin alzó mínimamente la voz: “hay que fijarse en lo que hacemos cuando jugamos como equipo, en partidos como el de San Antonio. Si jugamos así, es contagioso. La falta de egoísmo y las ganas de luchar todos juntos son contagiosas…”. Lo dijo después de que los Lakers perdieran en Sacramento. La noticia no es la tercera derrota seguida para un 8-19 total: la noticia es que Kobe Bryant pareció especialmente perdido y anticlimático: 25 puntos pero 8/30 en tiros. Y 9 pérdidas de balón… y -18 para los Lakers con él en pista. En el último cuarto, volvió para jugar los últimos seis minutos (y todavía con 90-91) y firmó en ese tiempo un 1/7, con tres triples al limbo y dos pérdidas innecesarias. En esos tramos decisivos de partidos igualados está en toda la temporada en un terrible 29/82, en torno al 35%. Volvió a jugar casi 38 minutos y volvió a provocar un efecto congelante en un equipo al que no le sobra ni un gramo de talento. Falla un tiro y cree que meterá el siguiente, falla el siguiente y está seguro de que entrará el tercero, pero vuelve a fallar… cada vez más forzado, buscando faltas que ya no le pitan y botando y botando mientras sus compañeros se paran y miran. Y los Lakers pierden.

Y pierden porque según Byron Scott “dejan de jugar”. En el segundo tiempo, en el que llegaron a estar 66-79 por delante, encajaron dos parciales de 13-0 y 16-2 ante unos Kings que llegaban casi desahuciados pero que han recuperado a DeMarcus Cousins: 29 puntos, 14 rebotes y la sensación de que todo es muy fácil cuando su equipo le da el balón donde y cuando tiene que dárselo. El problema, y más en plena refriega post Malone, es que no siempre lo hacen. Por eso se complican y necesitan esfuerzos extra para ganar partidos como este, a pesar de que los Lakers se pasen los últimos seis minutos del tercer cuarto sin más rancho que un tiro libre de Sacre. En ese tramo, otro 0/5 de un Kobe que, eso sí, había puesto el turbo en el despegue después abortado, secundado por un Nick Young que merecía más protagonismo en el último cuarto, en el que dio un último empujó con siete puntos seguidos para llegar hasta un 83-89. McLemore (23 puntos, 8 rebotes) y Gay (24 y 6 asistencias), pusieron la batería exterior gracias casi siempre a los espacios que les regala Cousins, un pívot muy grande en un equipo muy pequeño: los Kings están 10-7 cuando juega y 2-8 cuando ha estado de bajo.

Después del partido, Kobe estaba afectado, sólo 48 horas después de fallar ante los Thunder uno de esos tiros ganadores que antes metía. Con cara de qué demonios está pasando, quizá comienza a descubrir el peso de esos más de 35 minutos de media, 947 ya en 27 partidos, una carga innecesaria en la que es cómplice Byron Scott, ni mucho menos un genio táctico y ni mucho menos un entrenador capaz de ayudar a Kobe a protegerse de sí mismo: demasiado cercano, demasiado amigo, demasiado respetuoso con el mito.

Ahora Scott, que cada vez tiene menos pinta de entrenador del mañana de los Lakers, asegura que hablará con Kobe: restricción de minutos y quizá, territorio nuevo, partidos de descanso, un break para pensar y, sobre todo, coger aire. Kobe duda. Por un lado, tiene ese innegable y plausible respeto al negocio y a quien manda en el show: “Me tomo como una cuestión personal jugar los 82 partidos y me siento orgulloso de intentar hacerlo. Es por la gente, que al fin y al cabo es la que viene a los pabellones y se gasta el dinero para vernos jugar”. Para él y esa ética de trabajo legendaria que le ha puesto en el pedestal que, pase lo que pase, ocupará para siempre, esto es desde luego un trago. Pero algo se está moviendo, no hay duda: “Me siento como me siento, mi estado físico no me da muchas más opciones y hay momentos en los que realmente hay que plantearse si es mejor tomarse un respiro. Todo depende de mi cuerpo: él dictará lo que haré en los próximos días, depende de cómo me encuentre. No sé cómo me voy a sentir ni qué va a pasar. Esto es territorio desconocido para mí...”.