NBA

¿Es Kobe el culpable de que las estrellas no vayan a los Lakers?

De la fuga de Dwight Howard al divorcio con Pau Gasol o el rechazo de Carmelo Anthony y LaMarcus Aldridge... ¿hasta dónde llega la influencia negativa de Kobe Bryant?

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¿Es Kobe el culpable de que las estrellas no vayan a los Lakers?

"Los Lakers son los Lakers. Volverán. ¿No?"

¿No?, ¿NO?

Seguramente, sí. Los Lakers siguen teniendo el mercado y el clima (Hollywood) y siguen teniendo los 16 anillos. Pero están en una de esas crisis que implican sutura o quiebra definitiva. Han ganado 48 partidos entre las dos últimas temporadas y se han visto zarandeados por un zozobra casi ridícula en el mercado de agentes libres. Desde 2012 y unos últimos intentos que pasaron del veto a la llegada de Chris Paul al fracaso de los cuatro fantásticos (Nash, Kobe, Gasol, Howard), la franquicia ha visto como Dwight Howard se iba a Houston perdonando dinero, Pau Gasol se marchaba a Chicago, LeBron James ni se arrimaba y Carmelo Anthony decidía que mejor no. Como este años otros tantos, LaMarcus Aldridge a la cabeza. Los Lakers de repente ya no tienen la ventaja estratégica que les hacía salir de pesca y volver con piezas de foto y concurso. Porque tienen dinero pero se han quedado sin plan.

Y la verdadera cuestión es si son conscientes de ello o no. Si lo son, volverán. De hecho, el próximo verano liberarán el contrato (y seguramente la alargada sombra) de Kobe Bryant, al que volveré después. Si Julius Randle y D’Angelo Russell son lo que parecen, podrían ofrecer un proyecto realmente nuevo, con dos jóvenes súper talentos y espacio para dos grandes contratos. Si se instalan en la negación, los Lakers se hundirán definitivamente con su aroma a pasado. Ahora mismo Phil Jackson estás en Nueva York, Pat Riley en Miami, Jerry West en Oakland y Magic Johnson flirteó con los Clippers cuando estuvieron a la venta. La familia Buss garantiza la esencia pero el tránsito del fallecido padre Jerry a los hijos Jeanie y Jim ha sido como mínimo traumático. En parte porque estos han operado sobre esa continuidad que ahora se percibe más como lastre que como impulso. A contraestilo incluso en eso, los Lakers siguen siendo una empresa familiar en una NBA absolutamente transformada.

Ahora mismo, y a la espera de ese verano de 2016 que los propios hijos Buss se han puesto como fecha clave, los Lakers tienen mucho dinero... y poco más. Siguen teniendo más dinero que casi todos, pero en la NBA de los nuevos contratos televisivos todo el mundo tiene mucho. Y un jugador como Greg Monroe se va a Milwaukee Bucks, un equipo al que hace un suspiro no iba ningún agente libre de primer nivel. Y el público sueña con una final en la que los Cavaliers se vuelvan a medir a los Warriors o, como mucho, a los Thunder. Es otra NBA y los Lakers se enfrentan a ella con un entrenador (Byron Scott) que parece salido de otra época y un cuidado públicamente pobre de su estructura de análisis y estadística avanzada, asunto que, para bien y para mal, ahora mismo separa la paja del trigo en la NBA.

Así que los Lakers organizan una reunión con LaMarcus Aldridge a la que van muchos y hablan sólo de opciones de negocio y luces de neón en Los Angeles. Días después montan otra sólo con Mitch Kupchak y Scott, general manager y entrenador, porque en la primera se les olvidó hablar de baloncesto. Ese pequeño detalle. Los medios airean divertidos lo vacuo de sus Power Point y lo oxidado de su historia. Casi el único respiro pasa por recordar que sólo cinco años atrás este equipo estaba levantando su segundo título consecutivo. El gran dardo, que entonces estaba un Pau Gasol que es la única estrella que ha jugado al menos 150 partidos con Kobe Bryant desde que se fue Shaquille O’Neal. Y ahí está el nombre, por fin: Kobe Bryant.

De Kobe Bryant escribí esto. Y expliqué en este otro artículo que, y lo sigo pensando, su contrato era un problema pero no era EL problema. La cuestión es que Kobe y sus 48 millones tardíos tenían la opción de elegir cómo apagarse. Y el genio de Philadelphia ha optado por hacerlo a su manera abrasiva y notablemente sociópata: “los amigos van y vienen, las banderas de campeón duran para siempre”. Alguien ha recordado en los últimos días que Dirk Nowitzki y Tim Duncan ganarán unos 14 millones de dólares entre los dos la próxima temporada. Kobe y Carmelo Anthony, 48. Los dos primeros buscarán el anillo (mucho más el segundo que el primero) y los dos segundos seguramente ni jueguen playoffs. No toda la trama está ahí, pero desde luego algo hay. Del lado de Kobe se puede argumentar, él lo ha hecho, que el mercado de San Antonio no mueve las cifras del de Hollywood. Y se puede concluir que a Nowitzki sus descuentos le han valido para estar siempre en muy buenos equipos pero no para plantear (por ahora) un asalto con verdadera fusta a su segundo título de campeón. El problema, en gran parte por este cruce de variables, tiene más que ver con la actitud que con los cheques.

Y Kobe Bryant en ese sentido no le ha hecho ningún bien a los Lakers. En la romería ridícula de los tres últimos veranos y como parte de la asamblea de reclutamiento de la franquicia, Kobe arruinó la reunión con Howard (2013), incumplió hasta el código de vestimenta en la primera con Aldridge (2015) y reconoció que coincidió finalmente con su amigo Carmelo en que jugar juntos en los Lakers quizá no era tan buena idea (2014). Según un ejecutivo de otra franquicia, Kobe le ha supuesto “pérdidas incalculables” en cuanto a capital humano a los Lakers en el último lustro. Y la realidad es que ahora mismo para un jugador de primerísimo nivel no parece la mejor opción reunirse con un Kobe que ha jugado 41 partidos en las dos últimas temporadas, no tiene demasiadas ganas de entregar las llaves del reino si no es a a su manera y, aunque carga con un escrutinio y un nivel de crítica brutales, también suele conseguir que los que no encajan con él salgo trasquilados por la opinión pública. Hasta Steve Nash ha sugerido cuando le ha tocado que le habría gustado que él y Kobe hubieran tenido mejor salud en los nefastos años en los que coincidieron. Pero también que el 24 hubiera entendido que tenía que amasar menos bola (menos protagonismo) con él a su lado. No lo hizo y seguramente nunca lo hará porque, además, ya ni siquiera tiene necesidad de hacerlo.

En definitiva, el problema con Kobe Bryant es que las posturas siempre se radicalizan, de defensas casi bochornosas a ataques tan tópicos como injustos. Pero la realidad, creo, señala que uno de los grandes jugadores de la historia no le está haciendo precisamente un favor a su legado y ha podido servir como freno esencial en la reconstrucción de los Lakers post Phil Jackson. No como único ni seguramente principal motivo: sí como freno. Hasta el punto de que se sugiere en los pasillos de la liga que Kupchak está trabajando estos dos últimos veranos sobre la certeza de que el clave será el próximo: 2016. Cuando ya no exista el contrato endemoniado de Kobe y cuando, probablemente, el que está entre los tres mejores jugadores de la historia de la franquicia ponga fin a una carrera desmesurada en todos los sentidos. Sobre todo en los buenos. ¿Sería lo mejor para los Lakers? La realidad es que ahora sí. Seguramente sí.