A los Warriors, Curry y Kobe: gracias (eternas) por todo

169 días y 1.230 partidos después, la Temporada Regular de la NBA ha echado el cierre. Llega la hora de los Playoffs. De la batalla por el anillo. Empieza lo bueno. Suele ocurrir a menudo: la emoción y las ganas de la primera semana de octubre van dejando paso a una cierta sensación de hastío. La Regular Season parece no tener fin. Pesada, anodina y, en ocasiones, indigesta como ella sola. Nada de esto ha ocurrido este año. Todo lo contrario. Se nos ha hecho hasta corta. ¿El (los) motivo(s)? Todos lo saben ya a estas alturas: unos Golden State Warriors de leyenda y el adiós de Kobe Bryant. Por si fuera poco, hubo que multiplicarse para seguir simultáneamente ambos acontecimientos. Jamás olvidaremos la cita: 4:30 de la mañana de un jueves 14 de abril 2016. Una fecha que queda desde ya grabada a fuego para cualquier aficionado al mundo de la canasta que se precie.

No voy a negarlo. Sigo embobado tras lo visto hace unos minutos. No sé muy bien qué pretendo escribir, pero al mismo tiempo lo tengo muy claro. Qué grande es la NBA. Qué maravilloso es el deporte. Y no hay nadie como los estadounidenses a la hora de vender su producto. En eso, como pasa con su baloncesto, son los números uno. El resto les miramos a años luz. Dos buenas razones de que esto sea así son Stephen Curry y Kobe Bryant.

El primero nos ha enamorado a todos para siempre. Cuando parecía que repetir lo del curso pasado resultaba casi imposible, nos abrió los ojos a los más incrédulos. Y lo hizo con fantasía, descaro, imaginación… En definitiva, pura magia para los sentidos. Cada triple que clavaba nos levantaba del asiento (a veces hasta nos despegaba las sábanas), nos hacía gritar, nos devolvía a la más pura infancia. Así, hasta en 402 ocasiones. No, no es que me halle embriagado por la emoción del momento (que también), pero es que el doble MVP (a todos los efectos ya lo es) ha alcanzado y superado una barrera que sólo está al alcance de una persona: de él mismo. Pero por si fuera poco, ha liderado a un equipo de ensueño y que muy pronto —si no lo es ya— será de todos. Igual que lo eran, son y seguirán siendo los Chicago Bulls de Michael Jordan. Aquellos a quienes hoy han logrado superar. El 72-10, nunca mejor dicho, ya es historia. Desde ahora, conviene resetear nuestros discos duros e instaurar un nuevo récord inalcanzable (¿acertará esta vez Steve Kerr?) en la memoria: 73-9. Draymond Green, Andre Iguodala, Andrew Bogut, Klay Thompson… gracias, mil gracias de corazón. Y a también a ti, Stephen Curry. La suya no fue una explosión inmediata, maduró más tarde que la gran mayoría de superestrellas, pero lleva camino de convertirte en la versión 3.0 de Jordan. Que diga esto quien descubrió este juego maravilloso (sí Andrés, hoy también nos tenemos que acordar de ti) allá por los 90 son palabras mayores.

Vayamos con Bryant. Si me disculpan, para referirme a Kobe, lo voy a hacer en forma de carta. ¿Qué decir? Tú, quien dejaste sin anillo a mis queridos Celtics en aquellas Finales de 2010, has estado siempre presente desde que tengo uso de razón. No conozco la NBA sin ti. Me va a resultar muy raro no verte exhibir tu inigualable carácter ganador por las canchas la temporada próxima. Sí, ese mismo que has vuelto a sacar a relucir hoy en los últimos 136 segundos de partido. Los últimos 2 minutos y 16 segundos de tu carrera. Tus Lakers perdían por 10 ante los Jazz. Entonces supiste que era el momento: 14 puntos (qué más da fallar 28 tiros si en el momento de la verdad no lo haces ni una sola vez) y una asistencia para coronar la remontada. Tenías que irte ganando y con ¡60 puntos! en tu cuenta. ¿Sabes? No creo que sea casualidad que te despidas amargando al mismo equipo al que MJ (ese que siempre marcó tu camino) mandó al psiquiátrico en sus últimos días como bull. Fue emocionante verte jugar todas estos 20 años. El respeto y admiración que te tengo supera toda rivalidad entre nuestros equipos. Por ello, he de confesarte que me alegré de que ganarás tu último Clásico NBA en Boston el penúltimo día de 2015. No pude estar allí, pero me emocionó la ovación que te brindó el TD Garden. Y hoy, me ha costado contener las lágrimas viendo tu último regalo hacia el deporte que tanto has engrandecido con tu figura. “Mamba out” y lanzaste un beso. Eres grandes hasta en tu forma de decir adiós. Probablemente nunca leas esto, pero gracias por todo Kobe Bean Bryant.

Como decíamos, ¡qué campaña y vaya final! Ni el mismísimo Jack Nicholson (tampoco faltó en la despedida de Kobe) habría imaginado algo parecido. Pero toca reponerse. En tres días tenemos ya los Playoffs. El territorio preferido de Kobe. No estará el 24, pero contaremos con don Stephen. Las ojeras siguen. The show goes on.