Curry y Klay Thompson ya tienen su Boston Garden

El que quiera ser campeón desde el Oeste tendrá que pasar por encima de LeBron, ha sido así durante tantos años seguidos que parece que es así desde siempre. Esto ha sido norma para todos menos para Kobe Bryant. Y es un caso casi exótico: uno de los dos ha estado en cada una de las últimas diez Finales, contando la que comienza en días, pero nunca se han enfrentado. Los Warriors lo vivieron hace un año, contra un LeBron en formato Hidra al que tuvieron que cortar un millón de cabezas. Y podrán repetir experiencia si vadean definitivamente el retumbante océano de truenos que parecía a punto de arrastrarlos sin remisión hace apenas cuatro días.

Pero este LeBron actual, heroico pero maduro y tan consciente de quién es, seguro de sí mismo y más sensible a todo lo que le rodea, pasó por una experiencia de sufrimiento y redención indecible en los playoffs 2012 y antes de, los vasos comunicantes de esta generación, reventar en la Final a unos bisoños Thunder en los que ya estaban Durant y Westbrook y en los que todavía estaba James Harden. Después de estamparse contra Dallas Mavericks en el primer año de aquel proyecto junto a Wade y Bosh que fue antesdeayer pero que parece que fue en otro siglo, viajaron en el segundo a Boston con un 2-3 en contra que amenazaba disolución en la final del Este. Allí, en el mítico Garden, ante un rival con el colmillo retorcido (Rondo, Allen, Garnett, Pierce) y con todo el armamento mediático apuntando a su nuca, LeBron respondió con una actuación legendaria en la que su carrera cogió el impulso definitivo: 45 puntos, 15 rebotes, 5 asistencias y la sensación de que metió todo lo que tiró (19/26 en realidad). Los Heat ganaron ese partido, el séptimo en su pista y el título. Pero esa noche del Garden sigue siendo una de las mejores de LeBron, desde luego una de las más importantes hacia el nuevo LeBron. De ahí hasta hoy y de Final en Final, ya se sabe.

El partido de anoche en el cubil de los Thunder, con menos mística pero tanto ruido como el Garden, tenía en la previa la esencia de aquel que todavía no ha cumplido cuatro años. Los Warriors desde luego no estaban en situación de make or break, con el proyecto pendiente de un hilo, pero sí tenían la presión de perderlo todo en el año en el que habían decidido ganarlo todo, casi literalmente (noche a noche). Venían de ganar el quinto en su pista y no de perderlo, como Miami. Y no resolvieron con una escapada inalcanzable desde casi el inicio y al son de su jugador franquicia, como en la noche que cambió a LeBron y que cambió a los que le mirábamos todavía con mucho recelo. En el caso de los Warriors fue un parto lento, un ejercicio de supervivencia casi ilógica que terminó en una marea demasiado lógica de 5 minutos. Entonces los dos equipos abandonaron el microcosmos de esta final del Oeste y volvieron a sus formas de la Regular Season. Y los Warriors ganaron, claro. Porque ganar, algunos lo han querido olvidar por la vía rápida, se les da bastante bien.

Y los Warriors, última diferencia clara todavía a estas horas, no han ganado el séptimo y se han columpiado desde su pabellón a las Finales con un impulso que les haría ya imparables. Así fue con Miami Heat. Pero han demostrado una coraza emocionante y esa mezcla de competitividad y seguridad entre las llamas que diferencia a los equipos especiales. Con la defensa de Iguodala, la autopista construida por doscientos tiros imposibles de Klay Thompson y la ejecución final de Curry: los Warriors se negaron a perder contra un rival que había sido mejor hasta ahí en la eliminatoria, incluidos más de tres cuartos de este sexto partido. Y al que llevaron a todos sus pecados de la Regular Season y de temporadas anteriores. Los Thunder de los finales desestructurados, en gran parte por el agotamiento físico y mental de una serie titánica, ya kilométrica y desde luego histórica. Por no bucear en recuerdos mucho más antiguos, estas son las mejores finales de Conferencia desde aquellas de los Lakers del threepeat ante Blazers y, sobre todo, Kings (2000, 2002). De aquel equipo de leyenda se recuerdan esas series como si se hubieran jugado ayer, también aquellos que luego se lían entre la Final contra los Nets, la de los Pacers y la de los Sixers. Que este no sea un caso similar depende de la última vida de los Thunder, ahora en respiración asistida pero vida, y de LeBron, el gran baremo de medir, casi la unidad métrica de esta generación.

Sabíamos que este partido iba a ser histórico. O por el fin de los Warriors de los récords o por un paso crucial hacia una remontada improbable, más por sensaciones que por matemáticas. Que también. Así que lo fue y además tuvo el final de infarto y los trances individuales heroicos que le estaban faltando, casi lo único, a una eliminatoria jugada hasta ayer, ya sin red y casi sin fuerzas, a través de un montón de pequeñas guerras de atrición táctica. Tuvo un segundo tiempo inolvidable y tuvo el peso de los partidos que no olvidaremos nunca. Y eso, nada más y nada menos, es lo que podemos esperar también mañana. Salvo, claro, que los Warriors estén definitivamente de vuelta tras este paso por el infierno en el que les hemos visto en el más difícil todavía, donde casi nunca están. Sin la sensación de que todo les viene de cara, sin que parezca que todo depende de un talento que camina sobre las aguas. Porque al fin y al cabo Warriors, no lo olvidemos, significa guerreros.