A tus pies, LeBron

La mejor de las historias. Hace 14 días escribí unas líneas en las que alababa casi sin límite a LeBron James, pero sin ninguna fe en una causa que creía perdida. Qué palo, decía. Dos semanas después, ese mismo palo ha dado un giro de 180 grados para estamparse en mi cara. Y oye, qué gozada. Porque no hay mal que por bien no venga, y si los Warriors nos han decepcionado a muchos, más nos ha sorprendido, increíblemente, LeBron.

Digo increíblemente porque cuesta creer que un tipo como el '23' de los Cleveland Cavaliers nos siga sorprendiendo a estas alturas. Siempre le pedimos el máximo, juzgamos injustamente sus bestiales números como la más aburrida de las rutinas y pocas veces concedemos el beneficio de la duda a uno de los mejores jugadores de todos los tiempos. Shame on us (culpa nuestra, vergüenza debería darnos), que dirían los americanos.

Esta última semana será recordada por muchas cosas, pero será, sobre todo, la cima de ese Everest baloncestístico de nombre LeBron y de apellido James. No se puede superar. Y no hablo de sus estadísticas extraterrestres ni de ese tapón a Iguodala que jamás borraré de mi propia videoteca. Hablo de inteligencia sobre una cancha de baloncesto, de pasión, de fe y de un hambre de éxito con el que Dios solo bendice o castiga a unos pocos. Esta última semana quedará para siempre en nuestras mentes, grabada a fuego, como la gran obra maestra de LeBron. La mejor de las miles de páginas escritas por ese chaval de Northeast Ohio al que bautizaron pronto como el 'El Elegido' sin equivocación.

Lo siento, LeBron. ¿Por qué? Porque una vez más, como si no aprendiéramos nunca, subestimamos tu enorme capacidad para moldear la historia a tu antojo. Los Warriors eran mucho mejores, no me bajaré de ese tren. Pero el baloncesto de este nivel son momentos, emociones y decisiones que se toman en cuestión de segundos. Y en eso, como en tantas otras cosas, LeBron ha sido el Rey. Ha convertido cada circunstancia en razón y cada razón en victoria. Le ha dado la vuelta a un 3-1 ante un equipo superior, aprovechando todas sus virtudes y escondiendo hasta el más pequeño de sus defectos. Y todo para ganar un tercer anillo que sabe a primero y parece el décimo. Él siempre está, siempre cumple. Hemos podido presenciar la transformación de un jugador enorme con evidentes aires de grandeza en uno de los mejores individuos que pisarán jamás una cancha de baloncesto. Ha cambiado excesos ("not 1, not 2, not... not 7...") por honestidad, el show por la lucha y el odio por el amor incondicional. Ese que ya nunca dejará Ohio. Sin duda, la mejor de las historias.