No hay que odiar a Durant

Nos lo ha puesto muy difícil, las cosas como son. La creación de este nuevo Big 5 (sí, Iguodala también es una estrella) amenaza con romper de cuajo tanto la Conferencia Oeste como la NBA. Y eso que tan poco nos apetece a los amantes del baloncesto (menos competencia, menos emoción...) es precisamente lo que han buscado hasta encontrarlo los Golden State Warriors y Kevin Durant. No hay que odiar al 35. La NBA es un negocio y el legado lo marcan, sobre todo, los campeonatos: cuantos más ganes tú, mejor. Punto.

Entiendo la reacción automática del organismo: cómo van a molar y cuánto los voy a odiar. A mí también me ha pasado. Sin embargo, si buceamos un poco en el proceso y en lo que significa el movimiento para la carrera de Kevin Durant, no hay discusión posible: es un acierto histórico. Siempre que las lesiones respeten a los Warriors, claro.

¿Qué quiere Durant? Tras nueve temporadas en la NBA y ya muchas como un Top-5 de la Liga, lo que quiere el alero es ganar, ganar y ganar. ¿Por qué? Porque es lo que todos quieren, el gran premio de ese negocio deportivo que es la NBA. Y no hay ninguna regla escrita que impida que se haga todo lo posible por conseguirlo, que yo sepa. Igual que LeBron James y sus famosos talentos eligieron Miami para ganar, Durant ha decidido que todos sus puntos, todas sus emociones y todos sus premios individuales no tienen sentido sin levantar el Larry O'Brien. Quiere anillos en sus manos, cuantos más mejor, y baños en champán. Quiere mirar atrás cuando deje la NBA y poder decir que hizo todo lo que estuvo en sus manos para ganar. Y para conseguir eso tenía que fichar por los Golden State Warriors.

Una oportunidad así no llega todos los días: te marchas al mejor equipo de la competición (lo eran y lo son, aunque ganaran con todo merecimiento los Cavs), a un grupo que ya conoce el sabor de la victoria. Y además rompes el proyecto del rival más importante de tu conferencia (2x1). Es un movimiento maestro, con sueños históricos que solo el tiempo podrá plasmar en tinta. No debemos odiar a Durant por hacer lo que muchos hubiéramos hecho en su lugar: solo quiere ganar, como tantos otros antes que él y otros tantos que llegarán después. Y ha acertado. No hay que mezclar las emociones con los negocios. Todos queremos ser la mejor versión de nosotros mismos.