En el Festival de Tribeca de cine, entre todas las películas proyectadas, llamó la atención un documental. A.C. Green: Iron Virgin contaba la vida del ex jugador de baloncesto, quien pasó a la historia por varias razones. Fue titular en los Lakers del Showtime, no se lesionaba nunca (tiene el récord de partidos consecutivos en la NBA: 1.192) y su abstinencia fue legendaria.

No bebía, no tomaba drogas y perdió la virginidad con casi 39 años, cuando se casó con su esposa Veronique. Todos estos factores, según él mismo, fueron los que le permitieron tener una carrera tan larga y productiva. Jugó desde noviembre de 1985 hasta abril de 2002 y en ese tiempo sólo se perdió tres partidos. Un caso único.

Pero esa fuerza de voluntad, ese control de los instintos fue más difícil de lo que parece a simple vista. Aquellos Lakers era como una banda de rock y, sus jugadores, estrellas agasajadas hasta límites insopechados en cualquier ciudad de EEUU. Lo realmente difícil era privarse de los placeres que estaban al alcance de su mano.

Más de una vez rechazó a mujeres que le enviaba Magic Jonshon a su habitación, sin apenas abrirles la puerta y recitándoles pasajes de La Biblia. Su conversión al cristianismo en los años de instituto y su férrea creencia en esos valores le convirtieron en una rara avis en los locos años 80.

Puede que esa fuese la razón de su longevidad, o quizá el hipo crónico que no le dejaba dormir más de dos horas y que sólo calmaba entrenando. Lo cierto es que A.G. Green hizo historia y ahora su historia ha llegado a la gran pantalla.