Xavi se despide como un señor

Se nos va Xavi, ya no hay remedio. El verano pasado ya pensó en dar ese paso, pero diversas circunstancias lo retrasaron un año. Mejor para él. El curso pasado no fue bueno para el Barça y el Mundial resultó catastrófico para la Selección. Las últimas imágenes de él no hubieran sido las más deseables. Las de ahora sí lo van a ser. Como capitán del Barça, levantará mañana el trofeo de campeón de Liga. Y están en perspectiva otras dos posibilidades, las de la Copa y la Champions. Lo ha ganado todo, pero no le había tocado hasta ahora levantar los trofeos. Ahora se va a dar. Esa imagen (o imágenes) será un buen cierre.

Ejemplar siempre por su juego y su talante, lo ha sido más que nunca este año, cuando le ha llegado la hora difícil. No ha sido un jugador residual, pero él mismo admitió ayer que no ha estado en el once de gala. No todos los jugadores aceptan eso. Menos aún lo aceptan los que han alcanzado categoría de mito. Él, sí. Ha estado siempre disponible, ha jugado bien cuando le ha tocado hacerlo y, entre bambalinas, ha colaborado desde su inmensa autoridad moral a aflojar las tensiones propias de todo gran club, en el que chocan los egos de las estrellas con el necesario papel de control del entrenador.

Se va a Qatar, un país empeñado en elevar su fútbol y su deporte en general, y que sabe bien dónde buscar. Aquí nos deja el recuerdo de la difícil sencillez de su juego sabio, de esos cien balones bien jugados por partido, de sus giros sobre sí mismo para abrir el panorama, de su fútbol fluido, solidario e inteligente, sin el que ni el Barça ni La Roja hubieran sido lo mismo. Nos deja también ese último ejemplo de esta temporada en la que ha sabido ser suplente, lo más difícil de todo. Y nos deja también el tremendo contraste entre ese hermoso final y la pesada agonía de su amigo del alma, Casillas. ¡Ay, el Madrid, lo que fue y lo que es!