Reacción positiva del Madrid. Dos derrotas consecutivas en su feudo (Tau, Novo Mesto) habían encendido la alarma, así que en Valencia el equipo blanco salió con el cuchillo entre los dientes, con enorme intensidad y concentración.

Todo lo contrario en el Pamesa. La gripe y las lumbalgias aconsejaron a Luis Casimiro un par de cambios en el quinteto titular (sin Hopkins ni Calabria) y el equipo lo acusó en exceso. Precipitación, pérdidas de balón, despistes defensivos...

A los tres minutos, 0-8; a los seis, 4-20. Partido roto, partido muerto. Darle al Madrid 16 metros de ventaja en la salida es un suicidio. Ya no habrá forma de ganarle la carrera.

Por si quedaban dudas, el infortunio se confabuló contra el Pamesa. Con Hopkins y Millera en pista el equipo valenciano protagonizó una remontada espectacular, acercándose a tres puntos en tres ocasiones (36-39, 40-43 y 45-48, minuto 24), pero entonces Derrick Alston sufrió una costalada tremenda en una caída, tuvo que ir al vestuario para ser atendido y, aunque volvió a la cancha diez minutos después, sus condiciones físicas eran precarias y el rostro del partido era otra vez muy desfavorable para su equipo, que acusaba el gasto de energías. Con su frente balcánico en pista (Djordjevic, Vukcevic, Tarlac y Tabak), más Herreros de propina, el Madrid se distanció de nuevo sin agobios (54-68), ante un Pamesa desfondado que luchaba ya sin esperanza y que terminó como empezó: desafinando. Y es que su director de orquesta, Nacho Rodilla, se unió a la noche aciaga.