En estas ciudades tan entregadas al baloncesto se paladean más estos éxitos, se agrandan estas hazañas que se hacen más mundanas en otros puntos. Málaga está decididamente entregada al Unicaja, que un año le da una Copa, otro una Liga y éste lo pone en cuartos de la Euroliga. Sí, en cuartos y por la puerta grande. Quién lo iba a decir después del adiós de Garbajosa a Toronto que dejó al equipo sin bandera, de la titubeante primera parte de la temporada. Incluso de la última tormenta de Pepe Sánchez, apartado temporalmente del equipo. Scariolo, gran trabajo, ha manejado los contratiempos y les ha vencido.

Anoche descubrió cuál es realmente su nuevo Unicaja, una máquina preparada para defender, un ejército verde que mina la zona. Su defensa es una trampa permanente para el rival, que supera un jugador y se encuentra con otro.

Unicaja maduró la paliza desde el principio y se mantuvo por encima de los 20 puntos un buen rato. Los circuitos rusos estuvieron desconectados. Papadopulos, inquietado por De Miguel al principio, fue una sombra y terminó de ser noqueado por Santiago, esta vez sí determinante. Fotsis no se atrevió a tirar un tiro hasta el tercer cuarto y Gill y Dean no dieron señales de vida. En Moscú se atisbó cierta debilidad en los rusos, pero nadie pensó que se derretirían tan pronto. Unicaja terminó el partido eufórico porque no pensó que fuese tan fácil. Tampoco su afición, que le despidió al grito de Málaga en la noche del año. Noches que se valorarán más con los años. Porque ahora es imposible no mirar adelante, al Winterthur, histórica bestia negra. Recuerden ese hada ateniense que acompaña al Unicaja este año.