Con Estados Unidos, el problema no es cómo frenarle, es cuánto tiempo frenarle. Australia hizo ayer un esfuerzo supremo para contener la avalancha durante dos cuartos. Fue inteligente en defensa y escogió bien en ataque. Y cuando se quiso dar cuenta, perdía al descanso 55-43. Ese es el sufrimiento de Estados Unidos, una ventaja de 12 puntos en el ecuador del partido.

No hay vacuna posible contra esto. No es que se les vea muy felices, no están de gira de promoción por China. Están haciendo un trabajo por encargo, devolver el oro que se llevó Argentina en Atenas, así que hay mucha rigurosidad en todo lo que hacen. Coach Krzyzewski ha decidido jugar con siete y ocho jugadores los minutos importantes, los del despegue. Parece una broma que Boozer, Michael Redd o Chris Bosh, jugadores franquicia en Utah, Milwaukee o Toronto, estén fuera de la rotación buena, pero así de serio se toma el asunto olímpico Estados Unidos. Quiere la química perfecta. Y la hay, claro. Cuando LeBron se frota las manos con polvos de talco y luego los sopla hacia arriba, hay que ponerse a rezar.