Síntomas de congelación

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Síntomas de congelación

Al Barcelona se le volvió a atragantar el Rubin Kazán, un equipo ultra defensivo todavía más encerrado en su campo que en el Camp Nou. El Barcelona mereció ganar pero se encontró con el poste en el arranque y con una muralla constante durante todo el partido. Tuvo el balón siempre y lo intentó hasta la desesperación, pero echó de menos una versión más brillante de jugadores como Iniesta o Messi.

La historia militar lo bautizó como general invierno, verdugo de Napoleón y Hitler. Es el frío, la nieve, la naturaleza hostil que entierra ejércitos, que congela el alma y los miembros. Pero si se buscan referencias bélicas, no hubo tanto en Kazán de General Invierno como de Línea Maginot, la legendaria fortificación francesa en la frontera con Alemania e Italia. El Rubin fue la Línea Maginot, la defensa de Numancia y cualquier referente que se quiera buscar. Con el matiz de que su trabajo, esforzado y siderúrgico, maquinal y musculoso, fue más mezquino que épico. Recibió al Barça a bajo cero, en un clima hostil y tras la hazaña del Camp Nou, pero se entregó a un ejercicio defensivo implacable e invariable, seguramente excesivo. Buscaba el empate y empató. Si el fin justifica los medios, habrá que aplaudir a Berdyev, pero cuesta legitimar semejante Apocalipsis del buen gusto.

De los dos partidos con el Rubin Kazán sale el Barcelona con un pandemónium de sensaciones. Debe reconocer que le falta fluidez, tono y genio .lo que ahora hemos convenido entre todos en llamar excelencia-, tiene que pensar que el grupo se le ha puesto en una situación inesperadamente comprometida que le hará sudar los octavos ante Inter primero y en otro viaje al infierno helado, esta vez en Kiev. Pero también está legitimado a pensar que el fútbol le debe una. Por proponer, por intentarlo, por jugar en toda la extensión del término, por recurrir al juego y ser generoso en la voluntad. De lo imposible a lo improbable, el Rubin cazó un triunfo afortunado en el Camp Nou y logró un empate en su feudo del Centralniy que también olió a boleto premiado en la lotería. Y a melancolía para un Barça que, aunque lento y previsible en muchas fases, lo intentó por tierra, mar y aire.

El tasbith de Berdyev, otra vez

Como en el Camp Nou, descubrimos de salida, una lección a bajo cero, que hay puntos de inflexión que pueden romper guiones y cambiar historias, transformar dramas en comedias y culebrones en fugaces cortometrajes con happy end. Pero esos parecen no sonreir de un tiempo a esta parte al Barcelona. Le pasó en Pamplona, le pasó con el gol tempranero del Rubin en el Camp Nou y le volvió a pasar en la tierra de los Tártaros, la que sufrió a Iván el Terrible. Porque en el minuto tres Ibrahimovic se plantó sólo ante Ryzhikov y su disparo cruzado se encontró con el poste. Ahí pudo quedar desmontado el Rubin y comenzar un partido cuesta abajo para el Barça. Será el trabajo, podría ser, del tasbith, el rosario musulmán, que nunca suelta de sus manos Berdyev.

Pero lo que llegó fue la desesperación absoluta del Barcelona, que comenzó la primera parte ágil y decidido, movido por Xavi y Alves, y la terminó sumido en la lentitud y la tristeza, casi atónito, impotente más impotente de pensamiento que de acción. El ritmo decayó, el movimiento sin balón cesó, la imprecisión apareció y lució el bajo tono de jugadores como Messi o Inieta, tan necesarios en partidos así, donde lo que hay enfrente es una muralla de cemento y hielo, un equipo que no disparó hasta el minuto 40 y que concedió hasta un 75% de posesión durante ese primer tiempo a un Barcelona que tuvo ocasiones: Xavi, Messi, Iniesta...

Mucho empuje, ninguna solución

En la segunda parte el panorama no cambió sino que se acentuó todavía más, grabado en hielo. Y puede que haya ahí un reproche para Guardiola, que no movió el banquillo hasta el minuto 82, cuando metió a Henry en lugar de Keita, retrasando a Iniesta junto a Xavi. Demasiado tarde para mover una rueda que pedía a gritos un impulso, un empujón.

La segunda parte tuvo más de lo mismo pero también amagos de infarto en el área de Valdés. De salida, el Barcelona se mostró más incisivo, más rápido y más insistente, otra vez hasta que la falta de resquicios, de chispa o de suerte, minó su determinación. Enfrente, el Rubin Kazán respondió dando otro paso atrás, jugando definitivamente con todos sus jugadores en medio campo, ocho prácticamente agolpados en torno al área, muchas veces cinco casi escoltando la portería de Ryzhikov.

El Barcelona marchó muchos minutos a ritmo de llegada por minuto, cada vez más metido en área rival, con el gol rondando las inmediaciones del Volga, siempre esquivo. Pero otra vez el monólogo se fue volviendo previsible y más flácido, las piernas se cargaron de frío y el Barça pasó de lo que se suponía la carga final a un final en el que pudo entregar el partido.

Porque Berdyev metió en el campo a Bukharov, delantero internacional de 1'91, y entregó un tramo final de ida y vuelta, con el Barcelona llegando cada vez con menos energía y el Rubin Kazán perdonando por dos veces, siempre con Buhkarov como protagonista, primero en un mal control ante Valdés, después ante la salida del portero catalán, que se erigió en el héroe más inesperado posible antes del pitido final, al que precedieron también un par de llegadas de Henry, quizá para corroborar que seguramente el cambio llegó tarde.

¿Y si Ibrahimovic no se hubiera encontrado con el poste en el minuto 3? Quizá el Barcelona hubiera deshilachado la defensa rusa como un gato jugando con un ovillo. Pero no lo hizo y el equipo azulgrana no encontró ninguna solución en el resto de los 87 minutos. Esa fue su condena, inmerecida pero significativa porque una secuencia de casualidades acaban por conformar un síntoma. Y el síntoma es que al Barcelona le cuesta más, se atasca más, encuentra menos recursos o simplemente le abandona la fortuna en momentos improbables. Y eso se vio en la gélida noche de Kazán, en las orillas del helado Volga: síntomas de congelación.