Entre el golpe en la mesa del pasado sábado en Vitoria y la visita al Barça del día 30 pasarán doce días, con celebraciones navideñas incluidas. Demasiado tiempo, y disperso. De ahí que al Madrid le viniera tan bien amontonar buenas sensaciones antes de viajar al Palau. Diríamos que hasta se pasó. Cada jugador se volvió a casa con una carretilla llena de cosas positivas. Atrás quedó un Charleroi aplastado en la Caja Mágica, con una bajada de brazos espectacular en el último cuarto: 26-4. Y con dos tiros de cuatro metros que pasaron por encima del tablero, lanzamiento a palos, puro rugby.
El partido en sí fue una revancha personal, una catarsis colectiva, nada de una venganza contra el campeón belga, aunque pagara los platos rotos de la ida (67-49); y los vasos y las tazas... Lo pagó todo, la verdad. Los de Messina, sencillamente, arrasaron: 49 puntos arriba, 94-45.
Ya no hay dudas de que el peor partido blanco del año fue el de hace cinco semanas en Bélgica. Entonces cayó por 18, diferencia que ayer había remontado a los quince minutos. Al descanso, lucía 46 puntos en el marcador, tres menos que en toda la ida. Y el Charleroi apenas alcanzó los 45 cuando el bocinazo puso fin a la pesadilla.
En el Madrid las sonrisas y los gestos de complicidad se multiplicaron, en especial cuando el júnior Víctor Arteaga (2,10 metros) anotaba su primera canasta con el último tiro. El colofón a una noche feliz, donde el equipo blanco practicó una zona por aquí y una defensa press por allá. Con Fischer on fire (diez puntos de salida), con Sergio Rodríguez rompiendo por velocidad y, por supuesto, con Mirotic iluminado, a punto por minuto. Navidad feliz, de momento; la salida y entrada de año es otra cosa, se verá en el Palau.