Al final jugó McCalebb y sí, fue un duelo de Final Four. Esto último lo leerán varias veces durante la temporada, porque si hacen cuentas les saldrán como a mí ocho o nueve equipos con potencial para viajar a Londres. Vivimos la Euroliga más igualada en mucho tiempo, donde nadie es perfecto. Fijos como el CSKA y el Panathinaikos dieron un pasito atrás y el resto uno hacia delante. El Madrid anda ahí, en la pomada, bien untado. Con querencia al vértigo y con un talento exterior descomunal. Pero esta vez más concentrado, atento a las figuras rivales, a los detalles, al rebote. En Estambul, en plaza grande, hizo pública su candidatura.
Manejó el duelo y no perdió nunca el mando y eso manteniéndose fiel a su estilo, a sus vaivenes: encajó un parcial de 11-0 cuando ganaba por 15 (41-56). El Fenerbahçe, incluso, se puso a dos (64-66). La sensación era otra, de abrumador dominio visitante. Exhibición grupal, pese a que Begic y Rudy acaparen el titular. El gigante resucitó, con toque de atención incluido, tras mes y medio moribundo. Y bien que lo necesita el Madrid (14 puntos, diez en el primer cuarto, 6 rebotes y 2 tapones que no le apuntaron). Preciso y activo. Otro Begic, el de hace unos meses, el que mejoraba a Tomic. El papel más estelar le cayó a Rudy. Hizo lo que quiso cuando quiso. Diferencial en ataque, pero clave atrás. Si vuela libre como un pajarillo tiene un nivel que la mayoría de jugadores sólo alcanzan a soñar.
Protagonistas, aunque no únicos. Draper encimó de salida a McCalebb como no se había visto en años. El esguince lo mermó, pero Draper le hizo pupa con su velocidad de manos (también buen trabajo inicial de Suárez, digan lo que digan los números). Mientras, Carroll, a lo suyo, fusil en mano, apoyo y relevo perfecto de Rudy. Y qué actividad la de Slaughter. Aparece en cualquier sitio para echar una mano (rebote, ayuda defensiva, continuación...), aunque tirar, que tire poco. Junto a Sergio Rodríguez y su magnífico último cuarto dio la puntilla al nuevo rico. El Madrid se gusta.