EL PERFIL | DAVID BLATT

David Blatt: su héroe Aquiles y el verano del 78 en el kibutz

La mayor virtud del técnico en los Cavs ha sido pasar desapercibido para ganarse el respeto. “Escuchaba cada partido de los Celtics con un transmisor pegado a la oreja”.

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David Blatt: su héroe Aquiles y el verano del 78 en el kibutz
Gregory Shamus AFP

La vida de David Blatt no hace ni un año que cambió por dos veces en un periodo de 18 días. Ese fue el tiempo que transcurrió entre su aterrizaje en Cleveland y el regreso a casa de LeBron James. A partir de ese instante, en Estados Unidos comenzaron a escudriñar con lupa a ese hombre al que semanas antes veían como un completo desconocido, al menos para el gran público. “No lo veía venir. Poder entrenar al mejor jugador del mundo es una bendición”, comentó el técnico al conocerse el retorno de ‘King’ James. Su llegada significó que los Cavs pasasen en cosa de un segundo de ser un equipo con joven y en fase de reconstrucción a convertirse en candidatos al título. Y, tras un inicio irregular y dubitativo, Blatt ha conseguido conducir a la franquicia a las Finales. Ahora se medirá a Steve Kerr (le llegó a ofrecer ser su segundo cuando firmó con los Warriors), como él otro entrenador jefe debutante en la NBA. Una paradoja que nunca antes se había dado en la mejor liga de baloncesto del planeta.

¿Pero realmente Blatt ha tenido mucho que ver en el éxito de los Cavaliers? ¿Con LeBron (más Irving y el ahora lesionado Love) en tu equipo, no podría entrenar cualquiera? Son preguntas que seguramente se hará más de uno. No es cuestión de responderlas, sino que es el momento de repasar la vida y trayectoria del técnico. Luego, cada uno será libre de sacar sus conclusiones. “Desde que era un niño en Boston soñé con formar parte de la NBA. Era ese tipo de chico que escuchaba cada partido de los Celtics con un transmisor pegado a la oreja”, recuerda. Y es que en Massachusetts, en la cuna de los orgullosos verdes, empezó todo. Allí conoció a los que aún a día de hoy siguen siendo sus mejores amigos.

En el seno de una familia judía, Blatt vino al mundo el 22 de mayo de 1959. La religión y el baloncesto (aunque antes el fútbol americano) marcaron su camino desde que era un niño. Esos fueron los dos principales elementos que le condujeron a Israel, donde es toda una celebridad. Pero antes creció admirando a Bill Russell y destacó como jugador en el instituto. Una lesión estuvo a punto de hacer saltar su carrera por los aires. Se repuso y llegó el momento de elegir universidad. ¿Harvard o Princeton? “Quería la mejor combinación entre deporte y estudios que pudiera encontrar. Era lo suficientemente listo para saber que Princeton tenía mejor equipo y en el plano académico no había una diferencia significativa”. Así es cómo recaló en la prestigiosa Princeton.

Viendo cuál fueron sus opciones no hace falta ser una lince para llegar a la conclusión que cuenta con una mente privilegiada. Lo que, sin embargo, le dejó sin beca (ambos centros pertenecen a la conocida como Ivy League: una conferencia en la que entonces sus universidades no podían prestar ayuda financiera). No importó, Blatt trabajó a la par que compaginaba los entrenamientos con sus estudios de literatura inglesa. Un bagaje que le permite expresarse con elegancia y sabiduría. “Me sirve en mi día a día, buceo en mi memoria para dirigirme a mis jugadores o para poder conceptualizar”, expone.

En 1979, durante un partido con Princeton ante Columbia en Nueva York, un ojeador se fijó en él.

-“¿Eres judío? ¿Te gustarías pasar el verano en Israel jugando al baloncesto y como voluntario en la comuna agrícola (kibutz) de Gan Shmuel?”

-“Genial”.

Así fue como se inició su primer contacto con una tierra que se convertiría en su hogar. Algo que hasta ese momento jamás había pasado por su cabeza: “Ni me lo había planteado ni era un objetivo”. Aquellas jornadas en el kibutz resultaron muy duras, tanto que pidió dejar de trabajar en los campos de algodón para no levantarse a las cuatro y poder hacerlo dos horas más tarde para echar una mano en la fábrica de zumos. Las tardes quedaron reservadas para la práctica del basket junto a jugadores profesionales. “Fue una época estupenda”, relata. Una experiencia que le marcó tanto que cambiaría para siempre el sendero de su vida: “Desde el momento en que llegué supe que quería jugar profesionalmente en Israel durante varios años. Me había dado cuenta que no iba a poder llegar a la NBA y tanto en términos económicos como sobre todo deportivos, quería dedicarme al baloncesto”. En el 81 regresó para disputar y ganar con USA los Juegos Macabeos, iniciando así una trayectoria de 12 temporadas, incluidas las tres que pasó en Atlanta jugando y trabajando en le empresa Xeros. Su carrera tuvo un final con cariz de tragedia griega: se rompió el tendón de Aquiles, el mismo héroe heleno que protagonizó la recordada guerra de Troya y que es su héroe desde la niñez.

Pero antes de retirarse ya había empezado a entrenar a equipos de categorías inferiores e incluso a su futura esposa (aunque como le gusta puntualizar, antes de comenzar a salir), Kinneret. Ella es la madre de sus cuatro hijos. En su primer club, trabajó como asistente de Pini Gherson, toda una leyenda de los banquillos. Tuvo un primer paso por el Maccabi y por la selección israelí antes de poner rumbo a Rusia, un país en el que lograría su primer gran éxito: el Eurobasket 2007 tras derrotar a España en la final celebrada en Madrid. También pasó por Italia y Turquía antes emprender viaje de vuelta a Israel. Regresó al Maccabi en 2010, un cargo que siguió compaginando con el de seleccionador ruso. Siguieron llegando los metales, esta vez en forma de bronce en el Eurobasket de Lituania 2011 y en los Juegos de Londres 2012. Sin embargo, con el club de Tel-Aviv se le seguía resistiendo la Euroliga pese a dominar la liga doméstica con mano de hierro. Hasta que en Milán el año pasado, sus muy acertados ajustes y la irrupción estelar de Tyrese Rice tumbaron primero al CSKA y al Real Madrid.

Completado el triplete con los macabeos, ahora sí que lo tenía todo para cruzar el charco. En un principio para recalar como ayudante en esa NBA que de chaval tanto admiraba. Pero en Cleveland fueron valientes y apostaron por un técnico que en Europa lo era todo, pero en Estados Unidos, su tierra, resultaba ser todo una incógnita. Así se convirtió en el primer head coach formado (que no nacido, aún queda esta plaza reservada para algún pionero) en el Viejo Continente. Los inicios fueron complicados, en defensa los Cavs hacían aguas y LeBron daba la impresión de hacer la guerra por su cuenta. Pero ese el gran mérito de David Blatt, aparcar su ego y pasar desapercibido para ganarse la total confianza de la que ahora goza en el vestuario. “Ser un técnico en la NBA y llevar a tu equipo a las Finales… Ha hecho un trabajo tremendo”, le defiende el cuatro veces MVP. ¿Molesto por qué casi nadie le reconozca su mérito en el hecho que Cleveland afronte la segunda batalla por el título de su historia? “No soy una persona rencorosa, así que no veo la necesidad de reivindicarme”. Ahora les toca a ustedes juzgar su trabajo.