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Liberada después de sus triunfos físicos y sufridos ante Serbia y China, España disfrutó y se divirtió contra Senegal, la cenicienta de su grupo en el Arena da Juventude, el pabellón de la inhóspita área militarizada de Deodoro. De paso, aprovechó su estado de gracia para batir un récord: la selección cosechó el triunfo olímpico más amplio de su historia: 97-43 (+54). La marca se había establecido en los Juegos de Atenas (2004), cuando España derrotó a Nueva Zelanda por 34 puntos (91-57).

Más allá de la fragilidad del rival, que no soportó ni la embestida inicial (14-1), España insinúa ser un equipo en crecimiento en el que Ndour ya parece una pieza más del engranaje (culminó bien las transiciones) y que está en disposición de medirse a Canadá (domingo, 22:45) para atacar la segunda plaza de grupo. Eso le permitiría, en el más optimista de los casos, evitar a Estados Unidos hasta la final.

Alba Torrens olvidó sus primeros titubeos y manda sobre los partidos. Marta Xargay interpreta con precisión su papel de anotadora, Anna Cruz es todoterreno, Laia Palau y Silvia Domínguez dirigen y Laura Nicholls es infatigable. Todas juegan, todas suman. La imagen del seleccionador de Senegal, abatido en el banquillo, contrastaba con la actividad en el banquillo de España en el que Mondelo se dedicó a repartir minutos. De momento su hoja de ruta se cumple y podemos soñar con esa medalla de bronce que, según su ruta, anda suelta