"El mejor que hubo. El mejor que habrá". Inscripción en la escultura The Spirit frente al United Center de Chicago.

Michael Jordan, el mejor jugador de la historia del baloncesto, debutó en la NBA un 26 de octubre de 1984. 30 años han pasado desde su primer vuelo, su primera asistencia, su primera canasta. Ese día otoñal, los casi 14.000 aficionados de los Bulls que asistieron al Chicago Stadium para ver la victoria de su equipo ante los Washington Bullets (109-93), no suponían que estaban ante uno de esos acontecimientos que cambiarían la historia.

Jordan llegó, vio y venció como dijo Julio César al Senado romano tras su victoria ante el rey de Ponto en la Batalla de Zela. 16 puntos, siete asistencias y seis rebotes. Sólo un anticipo de lo que llegaría ocho partidos después ante los Spurs. En ese encuentro se contempló lo que sería una tónica durante los años venideros. Air Jordan, el jugador bendecido por los dioses, destrozó a los texanos en 48 gloriosos minutos con 45 puntos (18 de 27 en tiros de campo, un 66,7% de acierto), diez rebotes y cuatro asistencias.

Y todo eso sin que Dios se hubiera disfrazado aún de jugador de baloncesto. Eso vendría después y duraría para siempre. El mejor jugador del siglo pasado, según la ESPN, se alzó con seis anillos y cada uno de ellos le dio un MVP de las Finales.

La definición perfecta sobre Michael Jordan, el tercer máximo anotador de la historia de la NBA con 32.292 puntos, la hizo Craig Ehlo, jugador de los Cleveland Cavaliers en 1988: "Defenderle es como una pesadilla. No dejo de soñar con ello. Especialmente, cuando saca la lengua".