Las dos vidas de Shaun Livingston

1 de mayo de 2006, Staples Center de Los Ángeles. Carmelo Anthony no puede creer lo que ven sus ojos. Sus Nuggets, el tercer mejor equipo de la Conferencia Oeste, habían perdido 1-4 en la primera ronda de Playoffs contra los Clippers, unos Clippers que llevaban desde la temporada 1996-97 sin llegar a las eliminatorías por el título y que tenían en el All-Star Elton Brand a su máxima estrella.

Allí, en California, en ese primero de mayo, un joven base llamado Shaun Livingston logró 8 puntos, 14 asistencias y 5 rebotes saliendo desde el banquillo. 28 minutos y 14 asistencias que ganaron el partido. 14 asistencias que le hicieron olvidar la lesión de la temporada anterior, donde tuvo que perderse más de 50 partidos... Shaun Livingston volvía a recordar lo que era ser una estrella. Recordó su co-MVP en el All-American, donde se juntan los mejores jugadores de Instituto, recordó a David Stern proclamando su nombre como número 4 del draft de 2004 y recordó las comparaciones con Magic Johnson, playmaker de altura como él.

Livingston tenía el futuro a sus pies y el balón en sus manos. El base titular, Sam Cassell, cumplía 35 años y vivía los últimos minutos de su carrera. Los Clippers habían formado un buen equipo con Brand, Maggette, Cassell, Livingston o Chris Kaman, pero algo hizo ‘crac’.

El 26 de febrero de 2007 la rodilla de Shaun Livingston se rompió en una de las acciones más desagradables que se recuerdan en la NBA. La rótula quedó destrozada, y la superestrella que se erguía sobre ella, también. Una bandeja fallida, un mal apoyo y una carrera que se derramaba por los pasillos del Staples Center.

A partir de ahí, Shaun cayó en picado por los raíles de la montaña rusa en la que se había convertido su carrera y no atisbaba una señal que le hiciese volver a resurgir. Durante 2008 y 2010 pasó sin pena ni gloria por Oklahoma City, Miami y Washington, hasta que llegó a Charlotte. Allí, en el equipo de Jordan, Livingston se volvió a vestir de jugador de baloncesto. Jugó 73 partidos entrando desde el banquillo, aportando 6,6 puntos, algo más de 2 asistencias y 2 rebotes por partido. No eran partidos de Playoff ni eran números de superestrella, pero era mucho más de lo que había soñado durante el lustro que vivió tras aquel negro 26 de febrero.

Comenzó a asentarse como un interesante aunque irregular suplente en cada franquicia que pisaba (Milwaukee, Washington, Cleveland)... y llegó Brooklyn. En el equipo más caro de la NBA y con la exigencia que implica tal montante de dinero encontró la regularidad que se le escapó en organizaciones más inestables. El mal año de Deron Williams y los problemas en la rotación exterior de los Nets le abrieron las puertas de la titularidad. Jugó 76 partidos, 54 de ellos desde el quinteto inicial, y dejó actuaciones que rememoraban épocas pasadas: 19 puntos, 11 rebotes y cinco asistencias contra los Heat, cuatro partidos por encima de 20 puntos... Se hizo tan fijo que fue uno de los hombres clave en la semifinal del Este, precisamente ante Miami.

Al terminar ese curso, y ya como agente libre, firmó el mejor contrato de su carrera con los Golden State Warriors: 16 millones de dólares por tres años para convertirse en fiel escudero de Stephen Curry y Klay Thompson

Su temporada puede resumirse en 'menos es más'. Y es que los minutos de Livingston han descendido con respecto a su año en Brooklyn pero ha jugado 78 partidos, la mayor cifra de su carrera, y no ha sufrido ningún percance físico, algo que para un tipo golpeado por las lesiones es ya un triunfo. Su fiabilidad en ataque (50% en tiros de campo), su capacidad para correr en transición y su buena defensa le han servido para ganarse la confianza de Steve Kerr.

Hoy, 3.399 días después de que su carrera diese un vuelco en el parquet del Staples Center, Shaun Livingston es campeón de la NBA. Con todas las letras, participando y siendo importante. "Todo el mundo conoce mi historia. La gente no cuenta contigo, no cree en ti, vas a la D-League, buscas contratos de 10 días, sales de la NBA... Ahora, estar aquí como campeón... no tengo palabras. Sólo estoy agradecido a mis compañeros, a los entrenadores... Ha sido un camino muy muy largo. He tenido dos carreras, realmente las he tenido. Me siento como si hubiese vivido dos vidas. Es el mejor sentimiento del mundo y hace que todo haya valido la pena", explicaba el jugador en rueda de prensa.

En la NBA hay muchas historias de superación y seguramente la de Shaun Livingston sea una más entre tantas otras, pero es una que merece ser contada.