INFORME

Mucho más que mates: llega la explosión definitiva de Griffin

El ala-pívot está en el mejor momento de juego, números y sensaciones de su carrera. Está demostrando por fin que es mucho más que una máquina de generar espectáculo.

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De Blake Griffin siempre se ha esperado más. Desde que llegó al draft con sus más de 22 puntos y 14 rebotes con los Sooners de Oklahoma, llamado a ser una de las grandes estrellas de la nueva generación NBA. Desde que tuvo que sobreponerse a la maldición de los números 1 de los Clippers y superar un primer año sin un solo minuto de baloncesto por una lesión de rodilla. Y desde que se le obligó a demostrar casi desde que pisó una cancha NBA que es mucho más que un físico estruendoso y no sólo una galería de mates para (eso sí) la historia del baloncesto.

No ha sido suficiente en sus tres primeros años. Pese a que va a jugar su cuarto All-Star, pese a su premio de Rookie del Año (aliñado con más de 22 puntos y 12 rebotes por partido) o precisamente porque firmó sus mejores cifras en anotación y rebotes en esa primera temporada. Ha ganado un concurso de mates, cómo no, y aunque saltó por encima de un coche para muchos tampoco fue suficiente. Ya tiene en el zurrón tres triples-dobles y dos presencias en el Segundo Mejor Quinteto de la temporada. Pero… no brilló en los dos últimos pasos, discretos, de los Clippers por playoffs, alimentando la sensación de que él y DeAndre Jordan formaban un frontcourt tan espectacular como cuestionable cuando llegaba la hora de la verdad. 4-0 ante los Spurs en semifinales de 2012 y dolorosa caída en primera ronda ante el grit and grind de los Grizzlies en 2013. Griffin se quedó en poco más de 13 puntos y 5 rebotes por partido y él y Jordan se estrellaron contra Marc Gasol y Zach Randolph, hasta ahora su némesis como pareja interior por rendimiento, inteligencia en cancha y química.

Llegó la cuarta temporada y llegó Doc Rivers. Los Clippers seguían empeñados en acabar con su estigma de perdedores y ningún analista apartaba la mirada de Griffin y Jordan, el factor de crecimiento exponencial que podía convertir a los angelinos en aspirantes al anillo… o volver a anclarles a algunas millas del primer plano de los focos. Cumplidos los 24 años, era un momento decisivo para la carrera de Griffin, marcada por esas expectativas descomunales que llevan al nunca es suficiente: ni ser All-Star perenne, ni firmar 20+10 casi cualquier noche… era el momento de comprobar si podía redondear su juego para aportar lo que necesitaba por dentro un equipo exótico por variedad y profundidad por fuera. Con Chris Paul como suministrador y Doc Rivers como ideólogo no había excusas. Y Griffin, en ruta hacia ese Karl Malone 2.0. que muchos imaginaban, ha terminado por responder como ha sido siempre todo en su carrera desde los años de instituto: a lo grande.

Griffin llega al All-Star como uno de los jugadores en mejor forma de la NBA. Ha transmitido liderazgo y madurez precisamente cuando una lesión de Chris Paul amenazaba con anclar a los Clippers en la zona templada del Oeste. Sin embargo, el equipo ha jugado de maravilla y ha aumentado su eficiencia ofensiva sin el mejor base de la NBA en pista. En ese tramo Griffn ha deslumbrado y no ha dejado de hacerlo con el regreso de Paul: ha superado los 27 puntos en 15 de los últimos 18 partidos cuando sólo lo hizo siete veces en toda la temporada pasada. Si se toma ese último tramo de competición, es el tercer máximo anotador de la NBA con 28’7 puntos por partido. Y por el camino ha igualado a Elton Brand como único jugador de los Clippers que ha superado los 25 puntos en ocho partidos seguidos desde que la franquicia se mudó a Los Angeles. ¿Es por fin suficiente? Eso parece.

En su perfeccionamiento como jugador influye por supuesto el caudal que genera Chris Paul e influye la gestión de un Rivers que también está transformando a DeAndre Jordan en un jugador de partidos y no highlights. Aleluya. Influye el nacimiento de su hijo, Ford Wilson Cameron-Griffin, y la perspectiva que da la paternidad: “Ahora sé lo que es importante de verdad y me concentro en ello. Lo negativo, las críticas… he bloqueado todo eso y ahora sólo me concentro en ser cada vez mejor jugador”. E influye, por supuesto, un trabajo estajanovista y silencioso que va mucho más allá de la anonadante colección de mates que puede dejar en cualquier partido y ante cualquier rival.

El 12-6 en 18 partidos sin Paul incluso convenció a Charles Barkley, lenguaraz por naturaleza y hasta hace bien poco nada convencido con la capacidad de Griffin para asentarse en el primer nivel de estrellas de la NBA: la que llevan lejos a sus equipos. Los que pedían que no dejara de ser asertivo con el regreso del base pueden estar tranquilos: en el thriller ante los Blazers, 36 puntos y 10 rebotes. Y la evidente sensación de que está dejando atrás los agujeros negros que lastraban su juego. Ahora defiende mejor, ha ampliado sus recursos ofensivos con más juego en el poste bajo y sigue perfeccionando un arsenal que le hace ser mucho más que un matador. Una especie de revancha silenciosa: “Siempre he querido mejorar. Más entrenamientos, dietas cuidadas… y lo más me ha molestado siempre es que se diga que no soy más que un matador. Creo que siempre he sido más que eso pero también me he dado cuenta de que siempre va a haber gente que te va a criticar…”.

Trabajo duro. ¿Sólo de boquilla? No. Sólo hay que ver los partidos y sólo hay que mirar las estadísticas: 70% en tiros libres después de tres años en 64, 52 y 66%. Y casi un 40% en tiros realizados a una distancia de entre cinco y seis metros del aro (34% en su carrera hasta esta temporada) con mucha actividad en esa zona templada de la pista, donde está en números de superar los 400 tiros en una Regular Season que va camino de ser, esta vez sí, la de su ingreso definitivo en la elite. Y en un Oeste que busca dueño a la espalda de la fiabilidad de los Spurs y la velocidad supersónica de los Thunder, quizá este sea el año de los Clippers en unos playoffs que prometen emociones fuertes con los citados y también con Warriors, Rockets, Blazers… Si es así será fundamentalmente porque esta vez sí habrá sido suficiente: Blake Griffin es una bestia… que juega de maravilla al baloncesto.