Ahora o en verano, Byron Scott tiene que salir de los Lakers

Los Lakers sólo tienen comprometidos 23 millones de dólares para la próxima temporada, en la que el salary cap, en su ascenso irremediable a números de ciencia ficción, se situará en torno a los 90 (y en unos 108, glups, para la 2016-17). Los Lakers van a tener mucho dinero en un mercado en el que estará a tiro, como sabrá todo aquel que no viva en Saturno, Kevin Durant. Y también -sólo formalmente- LeBron (que seguirá en Cleveland: sus microrenovaciones son sólo una cuestión de maximización de mercado). Y también (y aquí se incluyen algunas player option que seguramente serán ejecutadas) Al Horford, Nicolas Batum, Ryan Anderson, Mike Conley, DeMar DeRozan, Eric Gordon, Jeff Green, Al Jefferson, el propio Roy Hibbert (ahora en los Lakers), Brandon Jennings, Joakim Noah, Rajon Rondo o Hassan Whiteside. Y veteranos como Dwyane Wade, Dirk Nowitzki, Kobe Bryant (ejem) y Pau Gasol, al que habría que descontar de las cábalas de los Lakers por razones obvias.

Los Lakers tendrán (90-23=67 millones) dinero para atraer a dos grandes estrellas, una buena fórmula para que una sola no se niegue, antes incluso de sentarse a hablar, a entrar en un equipo al que le faltan demasiados hervores para competir. Pero para eso, y se ha repetido hasta la saciedad en los últimos tres años, a los Lakers no les basta con ser los Lakers. Nuevos tiempos. De hecho últimamente ser los Lakers ha sido más un repelente que un elixir de amor. Descartando veteranos muy veteranos y mirando talento y posiciones relevantes según lo que ahora tiene el equipo, se podría intentar (por ejemplo) seducir a Durant y a Horford. O como plan B a Durant y a Noah. Y ni aún así tendrían los Lakers garantizado saltar a ese primer plano competitivo. No en el actual Oeste y salvo que maduren y despunten vía exprés los tres jóvenes que forman la gran materia prima que maneja ahora mismo este transatlántico que se hunde en las aguas de la mediocridad: D’Angelo Russell, Julius Randle y Jordan Clarkson.

Así que los Lakers, para ofrecer algo que llevarse a la boca a jugadores que pueden forrarse en cualquier otro sitio con más opciones de competir por el anillo y a los que los cantos de sirena de Hollywood les empiezan a parecer historietas del abuelo, necesitan que en esta temporada sus jóvenes emerjan, que su sensación deportiva no sea un absoluto desastre (entre mala y muy mala podría valer, ojo) y que se deje de hablar de todos esos líos de los Buss y su espantada a la modernidad (estadísticas avanzadas etcétera etcétera). Es decir: que haya más dirección y menos olor a naftalina. Y, y se puede decir ya, nada de todo eso se va a conseguir con Byron Scott en el banquillo. Una leyenda de la franquicia y un amigo de Kobe Bryant (supongo que quien le contrató asumía cuánto había en eso de arma de doble filo) pero un entrenador que parece sacado de otra época. Rodeado por una de esas líneas de puntos que se pueden recortar para ponerle en cualquier otro lugar. O más bien en cualquier otra época. Como suele estar él: de brazos cruzados, con la mirada impenetrable (pensando… ¿en qué?) y hablando de los desastres de su equipo como si no fueran con él. Como si sencillamente pasara por allí. Que, es lo peor de todo, puede que no esté muy lejos de la realidad.

Visto lo visto ni siquiera resulta descabellado pensar, a muchos meses vista, en que los Lakers pudieran no perder su primer pick del próximo draft, que se irá a Philadelphia (vía Phoenix: vía Steve Nash) salvo que sea 1, 2 ó 3. Después de asistir a sus tres derrotas contra tres equipos  que ni siquiera apuntan en parrilla de salida a la pelea por los playoffs, quién sabe. Era lógico pensar en unos Lakers flojos y que ni asomaran por esa lucha, pero no en un equipo tan malo… otra vez (vienen de un 21-61). Conservar ese pick (el tanking sin querer, como tortura y castigo) sería una gran noticia que haría daño en los otros apartados citados anteriormente. Como ya no te vale con ser los Lakers, o eres malo y pescas vía draft o eres lo suficientemente bueno como para que se sienten a hablar contigo los que antes crecían con pósters con tu logo en la habitación. La situación, un buen lío, incluye repelente para el optimismo.

Byron Scott fue un buen entrenador. En 2002 y 2003 llevó a los Nets a la final. En 2008 fue Entrenador del Año al frente de unos Hornets que parecieron durante meses aspirantes al título. Su gran problema es que en la última década la NBA ha dado un giro copernicano. Se ha transformado a ritmo exponencial, cada año vale por unos cuantos, y a él el cambio le ha pillado… con los brazos cruzados. Y mirando para otra parte mientras se estrellaba en los Cavaliers entre post y pre LeBron (2010-2013: 27% de victorias). Ha entrenado a Jason Kidd, Chris Paul y Kyrie Irving, pero cuesta defender que haya sido importante en la arquitectura de cualquiera de los tres. Así que tampoco parece creíble que sea algo parecido al tutor ideal para D’Angelo Russell. Sus ideas defensivas eran buenas pero se han quedado anticuadas. Y sus ideas en ataque son inexistentes, con pinceladas Princeton en un galimatías que evoca, horror, los peores tiempos de Mike Brown (que al menos tuvo casi siempre la coartada de las lesiones).

Instalados en la anarquía, los Lakers han pasado de tirar muy poco de tres a hacerlo más que nadie (del 22% de sus lanzamientos totales de la temporada pasada al 38% actual). Y muy mal: 30/103 en tres partidos. Kobe Bryant ha tirado más de tres (6/29 en total) que de dos en los tres partidos. El resultado: 17,3 puntos por partido con un horrendo 31% en tiros. Y la defensa es porosa en el mejor de los casos, incapaz de cerrar la zona (los Kings les metieron ¡80! puntos en la pintura). Con Hibbert o sin Hibbert. El quinteto titular tiene un vergonzoso -33,8 en diferencia entre rating ofensivo y defensivo y el equipo, un -12,6 total. Una cuenta que sale de encajar una media de más de 115 puntos contra, repito, tres rivales que no están ni mucho menos en la elite. Y que le han metido el 48% de sus tiros y sólo han perdido una media de 11 balones. Ningún otro equipo fuerza menos errores del rival.

La herencia actual de Byron Scott es el caos: juega al gato y al ratón con Kobe intentando no parecer demasiado dócil pero tampoco demasiado duro. Todo de cara a la galería. No sabe (asunto dramático) si tratar de ganar con los veteranos o de crecer con los jóvenes. Su rotación es demasiado férrea y extraña, con Anthony Brown ausente y Russell yéndose al banquillo cuando coge algo de ritmo. Algo: el base lleva después de tres partidos 27 puntos en 30 tiros y sólo 5 asistencias. Pero justo cuando metió dos triples seguidos contra los Mavs, se tuvo que sentar. Los lapsus individuales se solapan con los defectos colectivos y al equipo le cuesta un esfuerzo heroico llegar al vivo al final de los partidos… donde descubre unos problemas descomunales de ejecución. Poco movimiento que, cuando lo hay, no enreda a la defensa rival. Bote que consume posesiones y Kobe tirando mientras el resto mira. Scott, para el que la dureza de la pretemporada es innegociable, habla de jugadores cansados y de desequilibrio en las cargas de trabajo. O es una advertencia para descartar a Thibodeau como sucesor o un eufemismo de la realidad: el plan es que no hay plan.

Así que Scott no sirve para ganar ya, no sirve para construir algo hacia lo que vuelvan la vista los jugadores a los que se podría tantear y no parece tampoco tener las llaves ni del final de Kobe ni del principio de Russell. Despedirle ahora acarrearía daños colaterales en una imagen suficientemente magullada y prisas poco aconsejables en el relevo.

¿Entonces? Si se piensa en una renovación integral para el próximo verano, se tropieza con una era de cambio generacional en los banquillos. Y en la NCAA, que ahora parece el maná, no está nada claro si se podría pescar. Sacar a Calipari o Krzyzewski parece imposible y los Huskies amarraron fuerte a Kevin Ollie. Así que para ya se hablará de Thibodeau (en lo que ahora mismo sería un movimiento casi nihilista) y para el verano se hablará inevitablemente de Luke Walton. Californiano, doble campeón con los Lakers y en el foco de los híper vitales Warriors durante la convalecencia de su jefe, Steve Kerr. En el conflicto de los Lakers se atisba poco margen de oportunidad, aunque siempre lo hay. Entre el pasado y el futuro, entre Kobe y Russell, entre la evolución y la revolución, por ahora lo que hay es la nada. Y sobre ella cabalga Byron Scott. Herido de muerte. ¿Cómo su equipo? Ya veremos.